La frase que tengo en mi mente desde que nos despedimos de Mana hace aproximadamente 48 horas y que no consigo quitarme de la cabeza es "cada vez me cuesta más volver de Japón".
No pretendo ofender a nadie ni sonar pretencioso. Simplemente constato un hecho.
Desde 2010 o 2011, cada vez me cuesta más desarraigarme de Japón.
Cada vez me cuesta más volver a acostumbrarme a la forma de vida de España.
Cada vez me gusta menos mi ciudad y mi país. Cada vez me resultan más soeces y mal educados mis compatriotas.
Para colmo, cada vez me encuentro más cómodo en Japón, entiendo mejor su idioma, disfruto más con los amigos de allí…
Estar allí me hace sentir vivo, feliz, tranquilo. Allí es donde duermo más profundamente y vivo las cosas con más intensidad.
Allí es donde encuentro la medida de paz que parezco necesitar desde hace algún tiempo. Y allí es donde, por qué no decirlo, soy diferente, pero en el buen sentido.
No sé muy bien por qué, pero me choca ver imágenes de Japón en el cine o la televisión.
No veo esas imágenes con pasión, sino con absoluta normalidad. No veo nada raro en ellas.
No entiendo los documentales que pretenden mostrar las rarezas "frikis" de Japón. Lo veo normal.
Lo más curioso es que no entiendo cómo hay extranjeros que, viviendo en Japón desde hace años, son capaces de seguir escribiendo artículos sobre las rarezas de Japón o sobre los lugares más interesantes para visitar.
Yo no soy capaz de hacerlo. No veo lo que otros ven. Es como si me hubiera convertido en japonés.
Por ese mismo motivo, veo cómo hordas de turistas cruzan las calles de las ciudades más importantes y de los lugares "imprescindibles" a visitar, con esa mezcla de extrañeza y sorpresa en sus rostros. Seguramente ellos pensarán que yo también estoy allí por primera (y única) vez, simplemente "de visita".
Me cuesta mucho explicar con palabras lo que siento.
Debo superar ese sentimiento negativo, pero tengo la impresión de que no va a ser fácil.