Ayer por la tarde decidimos ver una relativamente olvidada película de los ’80.
«Cruce de Caminos» («Crossroads«, 1986) es una bonita película que, para los amantes de la guitarra blues, no es desconocida. De hecho, es todo un tópico bien conocido por los seguidores del genial guitarrista de rock Steve Vai. Motivos hay, de sobra…
Se trata de una de esas películas ya clásicas que, aunque no es demasiado popular, a todos nos suena haber visto, al menos, su cartel en alguna ocasión.
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Sinopsis
Eugene Marton (Ralph Macchio) es un chico con un extraordinario talento para tocar la guitarra clásica pero, desde muy pequeño, su gran obsesión ha sido la vida y obra de Robert Johnson, el padre del blues del Misisipi, y su sueño, convertirse en un gran bluesman.
Tras mucho tiempo recopilando raras cassettes de Robert Johnson, descubre que el famoso guitarrista, que tan solo grabó veintinueve canciones en su corta vida, en realidad había compuesto treinta.
También descubre que el fiel compañero de Johnson, Willie Brown, todavía vive, recluído en un asilo-prisión de Nueva York.
Desde ese momento decide contactar, a cualquier precio, con Willie. A partir de ese momento, su vida se convierte en una aventura al más puro estilo de los bluesman de los años ’20 y ’30, que le llevará hasta el Delta del Misisipi.
Una auténtica road movie
Estamos ante una road movie en toda regla, con una fuerte componente de viaje iniciático: un joven que quiere conocer todo lo referente a la técnica del blues pero, en realidad lo que necesita aprender es el sentimiento subyacente al blues, algo que su compañero de viaje le recordará una y otra vez, en ocasiones con comentarios un tanto racistas.
La leyenda de Robert Johnson y el cruce de caminos
La película se basa en una popular leyenda sobre el legendario músico de blues Robert Johnson, un gran maestro de la «guitarra slide», conocido como el «Rey del Delta Blues», que dice que vendió su alma al diablo en el cruce de la autopista 61 con la 49 en Clarksdale (Misisipi), a cambio de ser el mejor músico de blues del mundo.
Por ello, ese cruce es ya otro de esos lugares «sagrados» y legendarios de la geografía estadounidense.
Banda sonora
La banda sonora corre a cargo del genial Ry Cooder (aunque la escena de Eugene tocando una pieza de Mozart en el conservatorio es obra de William Kanengiser).
En resumen, una película nostálgica y entretenida que, aunque no guarda ninguna sorpresa argumental, cumple perfectamente el objetivo de hacernos pasar un buen rato y, de paso, bucear un poco en el espíritu del Delta Blues.