Ayer se cumplieron 40 años.
40 años del día en que nos dejó Jim Morrison.
En que dejó solos a los amantes del rock, huérfanos de música poética, de agresividad y poesía, de melodías y sueños abstractos y lisérgicos.
El legado de Morrison consiste en un gran puñado de canciones que han ido pasando de generación en generación.
Tal vez Morrison hubiera sido otro Jack Kerouac o Allen Ginsberg de no haberse cruzado en su vida Ray Manzarek…
Pero a partir de ese momento, de ese encuentro, y gracias a la incorporación de Krieger y Densmore a «la causa», un cuarteto de chalados que buscaban generar una revolución con su música desde un local de ensayo en la playa de Venice (Los Angeles, California), surgiria una banda ya mítica, THE DOORS. A partir de ahí, la leyenda.
Una leyenda que acaba el 3 de julio de 1971, día en que nos dejó Jim Morrison.
Llevaba unos meses viviendo en París, esa ciudad amada por algunos de los literatos que habían alimentado su espíritu.
Quizás buscase en ella un refugio. Pero no pudo escapar de los viejos fantasmas que llevaban años acosándole.
Su cuerpo inerte fue hallado en la bañera de la vivienda en la que residía. Las causas de la muerte serían objeto de numerosas especulaciones…
En el magnífico blog SoloDoorsianos han dejado un enlace para que los fans puedan visitar, de manera virtual, la tumba de Jim, ubicada en el parisino cementerio de Pere Lachaise.
También puedes hacerlo desde aquí, haciendo click sobre la foto de la tumba.
Por nuestra parte, seguiremos escuchando el magnífico legado de su banda, THE DOORS, y leyendo su poesía y sus letras, tan perversas como hermosas.
Tal vez, incluso nos encontremos con fuerzas y tiempo suficiente para terminar la serie de capítulos que comenzamos hace dos años sobre la vida artística de Jim Morrison.