Ayer por la noche, volvimos a ver un clásico de los ’80.
Si bien la programación televisiva navideña ha ido perdiendo calidad con rapidez en los últimos años, todavía hay canales como La Sexta 3 que nos sorprenden con la emisión de alguna película de gran calidad y enorme entretenimiento.
Los Inmortales
Ese es el caso de la película que pudimos ver ayer en ese canal, «Los Inmortales» («Highlander«, 1986).
Del amanecer de los tiempos venimos, hemos ido apareciendo silenciosamente a través de los siglos hasta completar el número elegido, hemos vivido en secreto luchando entre nosotros por llegar a la hora del duelo final, cuando los últimos que queden lucharán por el premio.
Nadie jamás ha sabido que estábamos entre vosotros… hasta ahora
Con esas palabras comienza una película que, a priori, parece tener un argumento de carácter más terrorífico, pero que, en unas pocas escenas iniciales se puede ver que es, cuando menos, inquietante, aunque más en el terreno de la intriga y la acción.
Argumento
La película comienza en el Madison Square Garden (Nueva York) donde, en medio de un combate de lucha libre, Russell Nash (Christopher Lambert), un joven anticuario de Nueva York que asiste al combate, abandona de pronto su asiento para bajar al aparcamiento.
Allí se encuentra con un hombre llamado Iman Fasil, con quien combate a espada hasta desarmarlo y decapitarlo. Tras ello, Nash escapa del aparcamiento, escondiendo su katana en una lámpara del parking antes de ser detenido por la policía.
A través de varios flashbacks, que se muestran durante su huida del parking del estadio, podemos saber que Nash es, en realidad, Connor MacLeod, un escocés que nació hace más de 600 años.
Aunque a estas alturas es poco probable que haya gente que aún no haya visto el film, nos ahorraremos desvelar más detalles del argumento, por si así fuera.
Solo decir que la escena en que suena «who wants to live forever» de QUEEN es, hasta la fecha, una de las que más lágrimillas nos han hecho derramar.
En cualquier caso, se trata de una película extraordinaria, de ritmo trepidante, técnica de rodaje innovadora y música legendaria.
Todo un éxito a lo largo de estas dos décadas y media, a pesar de que el film lo tenía todo para acabar siendo una cinta más de videoclub: un argumento extraño e incómodo, un director novato, Russell Mulcahy, procedente del mundo del videoclip y un protagonista, Christopher Lambert, cuyo único éxito, hasta la fecha, era el Tarzán de «Greystoke» (de hecho, esa era la impresión que daba su horrible portada de VHS en las estanterías de los videoclubs de barrio).
Quizás por alguna de esas razones, aunque la emitieron por televisión en España relativamente pronto (en 1993 si no recuerdo mal) dejaron de emitirla regularmente como otras películas igual de exitosas de la misma década. Quizás, la calidad no era la adecuada o tal vez era una película con una violencia demasiado cruda y obvia.
Por la razón que sea, el caso es que tardé muchos años en conseguir volver a verla y en convencer a Pilar para que la viera. Ella pensaba que se trataba del típico éxito de videoclub, lleno de batallas, peleas y un toque oscuro, siniestro, terrorifico. Lo cierto es que el cartel de la película transmite muy mal el argumento y filosofía de la misma.
Una película genial
En lo que respecta a la técnica de rodaje, destacan dos cuestiones: el recurso a los flashbacks, magistralmente insertados en la trama; y algunos épicos traveling, como el que puede verse al comienzo, en el Madison Square Garden, o en la comisaría o en el pueblo escocés, por poner tres ejemplos. Sin duda, una técnica que el director debió aprender en sus primeros trabajos, relacionados con el mundo de los videoclips.
Pero es que, además de la técnica, tenemos ante nosotros un guión que mezcla con soltura, sin chirriar, el amor, el humor, la acción, la intriga, la magia y los toques históricos, de una manera magistral.
Y es que, la ambientación histórica es la más impresionante que hayamos visto hasta esa década.
De hecho, en lo referente a la Edad Media en Escocia, parece que los productores de Braveheart debieron tomar buena nota (claro, que se trata de una película rodada casi una década más tarde…)
También destaca el rodaje de exteriores, con unos planos realmente impresionantes de las Tierras Altas de Escocia.
En lo que se refiere al reparto, destaca la participación de un Sean Connery, un escocés que, sin embargo, hace el papel de egipcio, viudo de japonesa, al servicio del rey español (¡toma globalización!), y que le vino muy bien para evitar el encasillamiento en James Bond que por esas épocas comenzaba a sufrir.
Pero además de Sean Connery, es destacable que el resto de actores fueran apenas conocidos entonces. De ese modo, además de aligerar el coste del rodaje, se consigue un efecto mucho más realista e imprevisible a los ojos del espectador.
En resumen, todo un clásico del cine de los ’80 en general, y del cine fantástico y de acción en particular, es una obra maestra que, en cierto modo, pasó desapercibida en una década en que cada semana se estrenaban millonarios éxitos de taquilla.
El film es una genial y poderosa mezcla de acción, leyenda, flashbacks históricos de ambientación notablemente bien conseguida, momentos románticos y hasta dramáticos, y una banda sonora espectacular que acabó convirtiéndose en uno de los álbumes más aclamados de la banda inglesa de rock QUEEN, una banda que, según cuentan, originalmente solo se iba a encargar de una canción de la banda sonora, pero tras conocer el proyecto el proyecto en profundidad, acabaron componiéndola casi en su totalidad, lo que contribuyo a acrecentar la popularidad de la película con el tiempo.
Es una lástima que la versión traducida al español dejara escapar el buen sonido estéreo y se quedara en una versión de sonido enlatado, donde la música de QUEEN, en vez de dar dramatismo a las escenas, casi molesta.
Las horribles secuelas
De las secuelas que vinieron posteriormente, de calidad ínfima y decreciente, casi mejor ni hablar. Tuvo una segunda parte tan lamentable que cometió los típicos dos errores que la conviertieron inmediata e irremediablemente en un truño: explicar los porqués de la primera parte, y tener un final horroroso.
En todas ellas, Lambert, que hasta entonces se había ganado una pequeña fama de actor de culto, acabó mostrando su verdadera piel como actor mercenario de marca blanca.
Posteriormente a las secuelas apareció una serie de televisión impresentable, y hasta una serie de anime.
Si ya lo avisaban al comienzo de la primera película…: «al final solo puede quedar uno» (se refería a «un film»).