Cada vez nos es más difícil comunicarnos con los lugareños; ya nadie habla inglés.
Tras visitar los dos hitos más visibles de la ciudad, llegamos a trancas y barrancas hasta un lugar lleno de árboles que nos impide ver la inmensidad que se esconde tras ellos: el Buda más grande de Japón.
No tenemos palabras para describirlo y, desde luego, las fotos apenas describen una parte de la grandiosidad de esta obra realizada con más de 200 toneladas de bronce.
Los graznidos de los cuervos revoloteando sobre nuestras cabezas se oyen más de lo acostumbrado, quizás en parte porque estamos solos y la reverberación crea una atmósfera un tanto gótica.