Salimos hacia otro destino poco explorado por occidentales. Es, sin duda, uno de los momentos estrella del viaje.
El paraje no solo no nos decepciona, sino que además nos deja realmente impresionados. Una pagoda nos corta la respiración y un puente rojo nos pone en alerta.
Los ritos ancestrales de una religión más antigua aún que el shinto se entremezclan con un paraje verde, oscuro, húmedo y recóndito.
De ese modo, y debido a que además conocemos al magnífico Hiroyuki, decidimos hacer un cambio de planes y nos quedamos en ese escondido pueblo.
Ello nos obliga a hacer algunas compras de última hora, pues nuestro equipaje se encuentra en otra ciudad a muchos kilómetros de donde estamos.