Nos vemos movidos por una curiosidad innata hacia un paraje recóndito situado en lo alto de un monte. Nos internamos más y más en el bosque hasta que el tren no puede avanzar más. Nos reciben los monjes. Visitamos el cementerio sagrado.
De repente vemos una luz mortecina. Se trata de un farolillo que pretende servir de iluminación del camino. Se nos antoja más que insuficiente.
Se va haciendo de noche y no se oye en el cementerio nada más que nuestros pasos sobre las losas del suelo. Una sombra que avanza casi nos asusta, pero vemos que se trata de una persona que ha venido a visitar la tumba de algún ser querido.